LA MANITA DE LA BOMBA NAVARRO

Reina el Barça en la historia de la Copa del Rey de Baloncesto, 22 entorchados acumulan ya, el último conquistado ante el Madrid, y en Madrid que “joduele” más. Fue le quinto título de Juan Carlos Navarro, su manita particular. Pudo haber sido otro “chorreocesto”, pero cuando los blaugranas ganaban de 15 y se vieron con el título en sus manos, bajaron un poco el pistón y el resultado final ya fue más decoroso: 68-60..

. Menos mal que sólo tenemos dos secciones, debió pensar Florentino mientras estrechaba las manos de los campeones. Ora es el fútbol, ora es el baloncesto. Las copas, los títulos y las alabanzas corresponden todos al FC Barcelona. Es la época esplendorosa del reino culé. Los blancos representan épocas medievales, una etapa oscura donde consiguieron sus trofeos, ya alejada en el tiempo. Los azulgranas escenifican el tránsito a la belleza, al modernismo, dando ese salto de calidad al triunfo vinculado a la estética. El Barça es el Renacimiento del deporte.

No fue el palizón del año pasado, cuando, con los mismos protagonistas, los de Xavi Pascual aplastaron a los de Messina, esta vez fue más dificultoso, pero suponemos que para Ettore y los suyos igual de doloroso (ya llevan 11 derrotas en los últimos 12 partidos contra el gran Barça); tiene que ser difícil de digerir que siendo uno de los técnicos más laureados del viejo continente, el ver como partido tras partido los culés destrozan tus ineficaces planteamientos de pizarra. Debe ser frustrante.

No fue esta vez la final de Fran Vázquez, ni tan siquiera la de un desdibujado Navarro, esta vez se coló en la fiesta el recién llegado Alan Anderson, con 19 puntos, casi todos ellos de una plasticidad maravillosa. Un acierto su fichaje y su inclusión en la Copa en detrimento de un recuperado Mickeal, acierto que hay que agradecer en parte al Madrid, puesto que desecharon su fichaje a favor de Carlos Suárez. El alero de Minnesota se echó el equipo a la espalda, tras comprobar el sobremarcaje que estaba recibiendo La Bomba.

También quedarán para la posteridad varios detalles, como el corazón que puso Sada en cada balón que jugó; así como el caluroso abrazo de Rosell a Messina tras el frío estrechamiento de manos que le brindó su presidente Pérez; o el detalle del capitán Grimau, cediendo el levantamiento del trofeo en el centro del pabellón al lesionado Basile. Mucha clase y enorme generosidad. Ningún equipo repetía victoria desde hacía más de veinte años, pero la vigésimo segunda copa ya está en las vitrinas del Museu. Ahora van a por el triplete. Es la era del Barça.