Un acuerdo beneficioso para todo el mundo, el jugador llega a un club ganador, con una mejora sustancial de contrato, el Joventut consigue un traspaso record para sus mermadas arcas, Villacampa se quita la patata caliente de las manos, el Barça consigue una pieza clave para su esquema, se necesitaba un uno con visión de juego como el comer, la selección española afrontará el europeo con su base titular centrado, Nike se frota las manos con su estrella española, McDonald’s venderá más hamburguesas a un euro, la NBA pescará en el futuro un jugador más formado, su familia feliz sin mudanzas intercontinentales y eludiendo el gélido clima de Minnesota, y hasta el arzobispo de Barcelona estará encantado con el fichaje, pues en el fondo son 90 millones de euros menos de lo que costó Cristiano.
Ricky es un visionario del showtime, un digno sucesor de Pete Maravich, un organizador especial con ojos donde los demás bases no ven, con tiro exquisito, penetraciones imposibles. Un jugador franquicia sobre el que reconstruir un equipo desdibujado tras las notables bajas de Andersen e Ilyasova. Un Magic Johnson en miniatura. Un espectáculo en sí mismo. Que disfrute el Palau.
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