Corría el minuto setenta del clásico entre Madrid y FC Barcelona cuando se lesionaba Valverde. El uruguayo quería seguir, dada la trascendencia del duelo. Carvajal que ya calentaba en la banda se desesperaba y hacía aspavientos porque su compañero seguía jugando, no se consumaba al cambio y él temía no poder hacer el ridículo que en su cabeza pusilánime había maquinado. Previamente, dar un par de patadas barriobajeras y empujar a Araujo cometiendo penalti, y lo esencial, lo que tenía entre ceja y ceja, avergonzar inmisericordemente a un chaval de 18 años. Ahí se degradó aún más, pasando de ser ya famoso como Carvajal el cobarde a ser el archiconocido Carvajal el pedazo de mierda.
Daniel Carvajal siempre ha sido un tipo miserable tirando a muy miserable. Lo ha demostrado siempre que se enfrenta al Barça con sus acciones macarras y arrabaleras. También se definió como persona con su infame saludo al presidente del Gobierno, donde se ganó el apelativo de Carvajal el cobarde o Carvajal el de la derechita cobarde.
Cabe la posibilidad de que algún madridista descerebrado interprete la acción de increpar a Lamine Yamal como un gesto valiente y pleno de madridismo. Se equivocan, es solo la acción de un jugador acabado al borde de los 34 años, en busca de un protagonismo que ya no tiene, que pretende abusar de un jovencito de 18. Es, en definitiva, la representación de un futbolista mediocre reducido a forofo.



