El
FC Barcelona dio primero en el partido de cuartos de la Champions
League. Venció con más claridad en el marcador (4-1) que en el
juego a un A.S. Roma un tanto desdibujado y que no mostró sus
verdaderas armas en el Camp Nou, esas que por ejemplo eliminaron al
Atlético de Madrid en la fase de grupos.
El
conjunto de Valverde mostró su experiencia y su oficio ante un rival
bisoño como el equipo romano, susceptibles de marcarse dos goles en
propia meta de forma consecutiva. Los catalanes no plasmaron su
verdadero fútbol, ese que otrora maravilla a Europa y al mundo, pero
a golpe de suerte y talento endosaron cuatro dianas a Alisson. Las
sensaciones en el Estadi eran extrañas, tan raras como el propio
encuentro, en el que los locales dejaron hacer a los italianos. Pero
estos se autoflagelaron en las áreas, en la suya propia y en la del
rival. Demasiada candidez para alcanzar unas semifinales de
Champions.
Los
culés venían de dar una pobre impresión en el Pizjuán y tampoco
ayudó una nueva composición en el once inicial, con dos laterales
derechos, con Sergi Roberto incrustado en la medular. La estrategia
le funcionó mejor a Di Francesco que al Txingurri. La acumulación de
un medicampista más hizo que los barcelonistas se replegasen más de
la cuenta, lo cual paradójicamente tampoco garantizó orden, ni
posición, ni muchos menos control del esférico. Ni tan siquiera eso ayudó a Messi, más desconectado de lo habitual.
Los
italianos llegaron a sentirse cómodos en el Camp Nou, incluso
dominaban, mejor dispuestos sobre el césped. Ni con los dos
autogoles el Barça cogió las riendas del choque. El tercero lo
marcó Piqué, tras un rechace del portero, pero los visitantes no se
rendían y achucharon a Ter Stegen, hasta que Dzeko acortó
distancias. Luis Suárez anotaba el 4-1, que dejaba cierta
tranquilidad para la vuelta.
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