Tres
partidos consecutivos de liga lleva el FC
Barcelona sin saborear las mieles de la victoria. Dos empates dolorosos en
el Estadi y una derrota lacerante
ante el colista Leganés conforman un paupérrimo bagaje para un equipo que
aspira a todo. Víctima de su mal juego, de las rotaciones infructuosas de Valverde, de la fragilidad defensiva y
de la inoperancia atacante, deambula el conjunto azulgrana por el campeonato
doméstico. Con todo y con eso lo lidera. Y es que sus rivales más encarnizados,
los equipos de la capital, tampoco es que estén dando el do de pecho. De hecho,
presentan idénticas o parecidas deficiencias en su juego.
Ante
el Athletic Club la ausencia de Messi y la presencia de Arturo Vidal y
de Semedo ya mermaron al conjunto local. La disposición táctica con los dos
carrileros sobre el césped no ha dado ningún buen resultado al “Txingurri”, que
a pesar de ello insiste machaconamente en juntarlos en el ala derecha del
dibujo táctico. Tampoco ayuda el horrible comienzo de campaña de Suárez, uno más en su dilatada carrera
de inicios nefastos de temporada. Así a los de Bilbao les fue más fácil
sorprender y adelantarse en el electrónico al filo del descanso por medio de Óscar de Marcos.
Tras
la reanudación, como era obvio, tenía que entrar el mejor de la historia para
tratar de dar un giro a la pésima situación. Así ocurrió, Messi dinamitó el
choque con su fútbol directo y su visión de los espacios. Coutinho se estrelló con el larguero en la búsqueda del gol, y
Messi hizo lo propio contra el poste en jugada trenzada con Jordi Alba. El rosarino prosiguió con
sus acometidas contra la meta vasca, hasta que en una de ellas asistió a Munir para lograr el empate. Quedaban 7
minutos más el alargue, pero el Barça estaba muerto, ni tan siquiera tocó
arrebato, ni el tanto de la igualada les espoleó. Nada. Es un líder fatuo, sin ritmo
y con cierta displicencia, aproximándose a la apoplejía. Pero líder al fin y a la cabo.
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