Un
deslavazado FC Barcelona consiguió una relevante victoria (1-2) en
Balaídos ante un Celta que mereció algo más. Los pupilos de Xavi
desplegaron un juego horrible y fueron más malos que la carne de pescuezo.
Ningún culé tuvo la sensación, tras la conclusión del partido, de llevarse algo
a la boca, ni tan siquiera con el triunfo. Fue un encuentro anodino, paupérrimo
para un equipo como el Barça. Sin juego, sin ocasiones, sin alma. No descarto
haber sesteado en algún momento -como los azulgranas en muchas fases del duelo-
pero creo haber contabilizado un disparo de Lewandowski en la primera
mitad, que devengó un gran golazo, y ninguno tiro entre los tres palos en el
segundo acto, salvo el penalti.
Tampoco
ayuda en exceso que tu hombre organizador, tu “playmaker”, el Busquets 2.0,
sea un central reconvertido a mediocentro como es Christiansen, que según Xavi aporta
equilibrio. Debí ver otro partido, solo aprecié inestabilidad y falta de
creatividad por los cuatro costados. Posesión sí, la tuvieron los visitantes,
pero para qué, si eran toques irrelevantes entre Cubarsí y Cancelo,
o similares. Todo de una intrascendencia brutal. La única buena noticia es que Lewy
parece estar en su mejor momento de la temporada, y la primera que le
dieron la alejó y soltó un zapatazo cruzado que batió a Guaita. La
primera que recibió en el minuto 44, se dice pronto.
Tras
la reanudación la típica torrija culé, que desespera al más pintado. Gol al
minuto de juego. Vale que fue un desvió de Koundé que despistó a Ter Stegen,
pero el Celta había llegado hasta posiciones de disparo demasiado fácilmente. A
partir de ahí el Barça siguió mascando, rumiando y desgastando el esférico, sin
propósito aparente alguno. Cuando ya parecía que el 1-1 era lo más equitativo
para ambos contendientes un patadón, sin querer, de Fran Beltrán en el
culo de Lamine Yamal, propició un penalti en el 92, que transformó
Lewandowski y sirvió para llevarse los tres puntos para Barcelona y algo de
moral para el próximo choque, el de Champions en Nápoles.
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