El
FC Barcelona volvió a estrellarse. Tras naufragar hace dos
semanas en Liverpool, volvió a hacerlo en la final de la Copa del
Rey. Un Valencia hipermotivado y con más ganas de título que
los culés se impuso por 2-1 para recibir el trofeo, en el año de su
centenario, de manos del Rey Felipe VI.
Los
de Valverde murieron en la orilla a pesar de tirar de casta en
la segunda mitad, tras un primer acto paupérrimo. Esos primeros 45
minutos infames, similares a los segundos 45 de Anfield, condenaron a
un equipo desarbolado, falto de intensidad y rozando el patetismo. El
despertar postrero de los azulgranas fue insuficiente. Hincaron las
rodillas y abdicaron tras cuatro trofeos coperos consecutivos.
El
Barça saltó al césped del Benito Villamarín tocando y tocando,
con leves reminiscencias del tiki-taca, pero con Suárez y
Dembélé ausentes por lesión los pases sin
profundidad se convirtieron en fruslerías de entrenamiento
vespertino. Absolutamente inocuos. Messi, ante la ausencia de
delanteros, tenía que recibir, regatear y filtrar el pase a…
Messi. De locos… El conjunto ché, mientras tanto, iba acercándose
a los dominios de Cillessen. Piqué salvó el gol bajo la
línea de meta, pero nada se pudo hacer ante un centro venenoso de
Gayá a Gameiro, que inauguraba el electrónico.
Diez
minutos después llegó el segundo mazazo, esta vez por la banda
derecha, Soler superó a Jordi Alba y la puso medida para el cabezazo
de Rodrigo. El 2-0 era como una montaña del Himalaya para los
culés. Tras la reanudación salió Malcom y revolucionó un tanto el
duelo. Estuvo incisivo y le dio otro aire al ataque barcelonista.
Messi recortó distancias, tras recoger un testarazo de Lenglet al
poste. Y el Barça buscó denodadamente la igualada, sin éxito, pues
los valencianistas supieron replegarse, sufrir y aguantar el
resultado que les hacía campeones en Sevilla.
El
Barcelona cedía el trono al Valencia y cerraba una temporada para
hacérsela mirar. Con una título de liga importantísimo, pero con
un entrenador que no ha sabido gestionar los dos últimos partidos de
relieve, con una dirección deportiva que no trajo un nueve titular,
ni tampoco un lateral izquierdo suplente, y con un presidente y una
junta que deberán tomar decisiones de enjundia, sin que les tiemble
el pulso.