El FC Barcelona, contra todo
pronóstico, se impuso al Madrid a domicilio (0-1). De todos es sabido
que en un clásico no hay favorito y que puede pasar de todo, pero este era uno
de esos partidos en el que los merengues se frotan las manos, se arremolinan en
torno al televisor o acuden en masa al Bernabéu a presenciar la goleada, o en su
defecto a saborear un marcador favorable, dadas las cuantiosas y relevantes
bajas del eterno rival. Y es que el Barça se presentaba en la capital con lo
justo para este partido de ida de semifinales de la Copa del Rey. Sin Lewandowsky,
sin Dembélé, y sobre todo sin la magia de Pedri. Esto es, un
cordero iba al matadero. Pero hete aquí que la megaestrella no fueron ni Vinicius,
ni Benzema, fue contra viento y marea un defensor, pero ¡qué defensor! Nada
menos que el inexpugnable Ronald Araujo, a día de hoy el mejor central
del planeta fútbol. Que le comió la tostada a Vini Jr. y se erigió en el baluarte
total de un Barça descafeinado.
El choque nos dejó dos datos relevantes,
a la par que inverosímiles: El Barça tuvo un paupérrimo 35% de posesión de
balón, y el Madrid no tiró a puerta en todo el partido. Obviamente si un equipo
no mete la pelota entre los tres palos y los visitantes lo hacen un par de veces,
puede suceder que, aunque sea de rebote, como fue el caso, los de Xavi
se adelanten en el marcador con gol de Militao en propia puerta. Sucedió tras
disparo de Kessié, que repelió Courtois y que el zaguero portugués
metió en su portería. Él no quería.
Con tan pocos efectivos en ataque, y un
tanto a de ventaja el Barcelona se atrincheró en torno a Ter Stegen, y los
blancos chocaron, una y otra vez, contra un muro. El atasco de los locales era
monumental, ni por asomo tuvieron lucidez para proponer peligro efectivo, los
centros de Carvajal parecían de broma, Vinicius no se marchaba ni una
vez de Araujo, que le minó la moral sin contemplaciones, y Ancelotti no
encontraba soluciones, ni tan siquiera con Rodrygo, su revulsivo favorito.
Mientras Xavi se desesperaba en la banda, viendo como los suyos no daban tres
toques seguidos, pero al tiempo respiraba tranquilo observando los inofensivos
balones al área del Madrid, solventados con mucha suficiencia por Araujo, Koundé
y Marcos Alonso.
El Barça, sin su estilo más reconocible,
pero con sobriedad y autoridad, realizando un ejercicio de resistencia
mayúsculo y un esfuerzo encomiable, se reivindicó, y, pese a las bajas y las dos
recientes derrotas, firmó una proeza en el feudo madridista, que le acerca un
poco a la final de Copa.
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