Ganó
Francia, no podía ser de otra manera. Probablemente la Copa del Mundo tenía
dueño antes de comenzar la competición, daba igual ir por la parte dura del
cuadro que por la más amable. A buen seguro los de Deschamps tenían ya su hueco
en la historia del fútbol con antelación, cuando iban demostrando, paso a paso,
que eran el equipo más sólido, mejor engranado y con mayores prestaciones en
ataque.
Fue
el bloque el que resultó decisivo, a la postre. Messi y Neymar, estrellas del
firmamento balompédico, no tuvieron ese elenco a su alrededor que los
encumbrase. Ni tan siquiera tuvieron opciones de aproximarse a la gran final. A
ella llegó Croacia que, con los galones de Modric y Rakitic, fue superando
escollos y se plantó allí como convidado de piedra, tras superar tres prórrogas
y dos tantas de penaltis.
El
logro de la segunda Copa para Francia, 20 años después, llenó de alegría a un
puñado de jugadores jóvenes talentosos, y con mucho recorrido para levantar la
tercera. Mbappé destapó el tarro de las esencias en este torneo, y el jugador
franquicia Griezmann dio un plus a los galos. El estadio Luzhniki de Moscú y
todo el planeta contemplaron como merecidamente se imponían a los croatas por
4-2. Los goles de Mandzukic, en propia puerta, de Griezmann, de penalti, de
Pogba y de Mbappé, fueron suficientes para dejar sin valor a los de Perisic y
Mandzukic.
A
los croatas se les fue yendo el partido de las manos. Pogba y Griezmann fueron
haciendo destrozos a su paso, les cortó la movida Lloris con su cantada con los
pies, si no el resultado pudo haber sido de escándalo. A Francia, los veranos
de Rusia se le dan mejor que los inviernos, y bajo la lluvia moscovita
levantaron una Copa que se habían merecido de largo. Enhorabuena a los
campeones.