Sufrió el FC Barcelona en el Borussia
Park, estadio en el que el Mönchengladbach
llevaba once victorias consecutivas. Hasta que llegó el mejor equipo del
planeta y rompió la fantástica racha teutona. Se presentó el Barça con su once
de gala, salvo la ausencia del lesionado Messi.
Si llegó usted tarde al partido y le faltaba conocer el sustituto del argentino
no lo encontraría por ningún lado siguiendo el encuentro, porque Paco Alcacer no olió la pelota hasta
bien entrada la media hora de juego. Y fue para tirarse al suelo, tratando de
cazar dos buenos centros, susceptibles de ser empujados a la red por cualquier
delantero que se precie, no te digo ya si ha costado 30 millones de euros.
Tampoco sus compañeros jugaron un
partido para recordar, nada demasiado destacable en una delantera que no
brilló, una medular que estuvo demasiado floja, y tampoco se pueden hablar
maravillas de la zaga culé. Quizás Luis
Enrique tuvo parte de culpa con su planteamiento especial, dos puntas y Neymar por detrás, de enganche. En su
haber decir que supo corregir sobre la marcha, cuando ya se perdía por 1-0,
tras el gol a la contra de Thorgan Hazard,
quitó al inoperante Alcacer y al poco trascendente -en el día de autos- Rakitic, para revolucionar las
operaciones con la entrada de Arda Turan
y Rafinha, este dio otro aire al
equipo y el turco empató el duelo con un zapatazo que se coló como un misil en
la portería germana.
La igualada ya se produjo en el
segundo acto, puesto que en el previo el Barça no había tenido la pegada, ni el
ritmo, ni el fútbol para inaugurar el marcador. La baja de Messi se notó, esta
vez, en demasía, y Neymar no tiró del carro con toda su clase. A los ocho
minutos del empate funcionó la estrategia, córner sacado por Ney, empalado por Suárez, que no supo atajar Sommer
y que permitió a Piqué marcar a
placer, obteniendo así una victoria de prestigio, y tres puntos vitales, más
aún tras conocerse el empate del City
en Celtic Park.