Sucumbió
el Valladolid en su vergonzoso césped de Zorrilla ante un
buen FC Barcelona (0-1) que intentó mantenerse en pie, que ya
fue bastante, en un patatal impropio de un estadio de Primera
División. Los pucelanos son un equipo tramposo y mezquino, ya lo
demostraron hace cuatro temporadas cuando machacaron la hierba y la
dejaron secar durante semanas para la visita del Barça del Tata
Martino. Ahora, con nueva normativa al respecto, lo han vuelto a
hacer con alevosía y de forma torticera. No merecen estar en esta categoría.
Han
intentado falsear la competición, dejando una playa de arena al
equipo que más la toca, plantando tepes de hierba tres días antes
del partido a sabiendas de que aquello sería un campo de minas. No
les ha importado la integridad física de los jugadores ni mucho
menos las barbaridades que han pagado los aficionados para ver un
espectáculo que a la postre ha resultado deplorable con esos
socavones e irregularidades que afloraron desde el calentamiento. Y
por si todo esto fuera poco, que nadie lo ha dicho, este atajo de
desaprensivos acortaron el campo por los cuatro costados, con toda su
caradura. Esa mezquindad de los dirigentes vallisoletanos y la
permisividad de los correspondientes regidores federativos no se
corresponde con la que se hace llamar la mejor liga del mundo. Todo
esto es susceptible de sancionar ipso facto. Multa, inhabilitación y
sanciones varias deberían imponerse hoy. Mañana puede ser tarde.
En
lo referente al tema futbolístico, que en esta ocasión ha quedado,
tristemente, en un segundo plano, el Barcelona fue mejor, de aquí a
Lima, por mucho que algunos intenten vender la moto de que los
locales fueron superiores. Los de Valverde -con un once titularísimo- pusieron el poco
fútbol que hubo a orillas del Pisuerga, y los que gozaron de
inmejorables ocasiones en las botas de Suárez, Dembélé, Messi y
Malcom. Asunto distinto es que los blanquivioletas mostraran la
intrínseca tenacidad, el habitual rigor defensivo y el típico
autobús delante del portero de los equipos pequeños. En este caso delante de un gran Masip que evitó una derrota abultada. Solo Dembélé
pudo batirle, el extremo francés empalmó a la red una perfecta
asistencia de Sergi Roberto en el 57, que al final valió tres
puntos.
Leerán,
verán o escucharán, o todo a la vez, por parte de los adláteres de
“la caterva cibelesca” y de “el relañato”, que el VAR salvó
al Barça en el 92. Rotunda y categóricamente falso, el árbitro
asistente levantó la bandera anulando el gol ilegal de Keko. Jamás
hubo una victoria tan meritoria, ni tanto karma, ni tanta justicia
divina, ni tanta acción-reacción de Newton, vista la encomiable predisposición
de un club y la miserable, tirando a muy miserable, del otro.